octubre 15, 2025
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Una noche con el sello inconfundible de Amaral: emoción, compromiso y espectáculo.

Una apertura de película

A las 20:30 h, el Movistar Arena se sumió en la penumbra. En la pantalla principal, un vinilo girando con el nombre «Dolce Vita» marcaba el arranque de un viaje con sabor a cine y piel de gallina. Las luces todavía titilaban cuando Eva Amaral apareció en lo alto de una escalera retráctil, con capa negra y gafas de sol, como una superheroína del pop.

Entonces, el primer acorde: Dolce Vita. Luego, una lluvia de confeti acompañó los compases de Eso que te vuela la cabeza. La sala ya estaba rendida a sus pies.

Amaral en el Movistar Arena de Madrid | Foto de Sandra Robles

«¡Buenas noches, Madrid!», gritó Eva, y el Movistar Arena explotó. Empezaron a caer los himnos: Tal y como soy, Toda la noche en la calle, Rompehielos. La sombra de Eva, proyectada a lo grande, se movía como una extensión de la percusión. El viento, la batería y su voz se convirtieron en un solo latido y el público latiendo al mismo ritmo sin despegar la vista ni los sentimientos del escenario.

Más adelante, Mares igual que tú y Ruido se fundieron en un solo instrumental impecable que dejó al público en trance.

Paréntesis íntimo: «Tardes»

Entre tanta potencia, llegó el momento de respirar. Juan Aguirre tomó el micrófono («[…] venimos de Zaragoza, somo Eva y Juan, una banda maravillosa») para agradecer al público, tanto al que llevaba años con ellos, como a los más recientes y prometió que, pese a la magnitud del recinto, harían que se sintiera como una sala pequeña.

Amaral junto a Juan Aguirre en el Movistar Arena de Madrid | Foto de Sandra Robles

Y lo lograron. Al final de la pasarela, entre linternas de móviles y susurros, interpretó Tardes en versión acústica. Silencio absoluto, emoción contenida. Un regalo de tú a tú que el público supo valorar hasta unos límites ínfimos.

Volver a despegar

Eva reapareció de rojo fuego para En el centro de un tornado. Esta vez, suspendida del techo, sobrevoló al público en una performance aérea que parecía sacada de un sueño. El ritmo siguió con Libre y Kamikaze y, entre canción y canción, soltó una verdad como un dardo al corazón:

«Este álbum habla de la belleza de vivir… pero a veces la vida no es tan dulce».

Clásicos, homenaje y conciencia

En la segunda parte del concierto, las emociones tomaron otro matiz. Volvieron los clásicos: Moriría por vos, Días de verano, Viernes Santo.

Entonces, la pantalla se iluminó con imágenes de Víctor Jara frente al Machu Picchu. Te recuerdo Amanda sonó como un susurro que cruzó décadas y geografías. Y Eva, conmovida, enlazó esa historia con Podría haber sido yo, recordando la brutalidad de su asesinato y haciendo eco del sufrimiento actual en Gaza. Aplausos largos, de esos que nacen de la reflexión.

Energía desatada

Tras la pausa, volvió la tormenta: Resurrección, Cómo hablar, Los demonios del fuego. Ya nadie estaba sentado, la energía se desbordaba por cada rincón. El público coreó sin aliento Sin ti no soy nada, La suerte, No lo entiendo, hasta llegar a un estallido emocional con Hacia lo salvaje.

Música con alma: compromiso y revolución

En la recta final, Amaral no se guardó nada. La unidad del dolor y Revolución mezclaron electricidad con denuncia. Y Salir corriendo se convirtió en un homenaje sentido a las víctimas de la violencia machista. Eva compartió una historia real: una mujer que escapó del horror y hoy vive en libertad.

Bis y despedida entre lágrimas

Parecía que todo había acabado, pero no. Regresaron con más fuerza: Marta, Sebas, Guille y los demás, El universo sobre mí, Ahí estás. Y cuando el público pedía más, Amaral volvió a salir. Cerraron con una versión acústica y conmovedora de Salir corriendo y, como broche final, Pájaros y otra vez Ahí estás.

Eva, arrodillada en el escenario, lo dijo claro:

Una noche para recordar

Amaral volvió a demostrar que su lugar en el podio del pop-rock nacional no es casualidad. Son capaces de emocionar, de hacer vibrar un estadio y de recordarnos —con música y poesía— que la vida, aunque a veces duela, sigue mereciendo la pena.