Con un poco de retraso, comienzan a ocupar su lugar los asistentes en cada rincón del imponente Palau Sant Jordi de Barcelona. Es una noche muy esperada por los fieles seguidores del indiscutible «Rey de la Salsa»: Marc Anthony.
Poco a poco, el murmullo crece. El público aplaude, silba, grita su nombre, ansioso por verlo aparecer. A las 21:15, la banda arranca con potentes ritmos salseros, dando inicio a un espectáculo que repasa los momentos más emblemáticos de la carrera del artista, acompañados de pantallas gigantes que iluminan el escenario y proyectan cada detalle con energía y color.
Una introducción audiovisual prepara el ambiente, y de pronto, aparece él. El estruendo de los tambores, las trompetas y la batería sacude el recinto. La emoción se desborda al escuchar a Marc Anthony comenzar el concierto con «pa’llá voy».
Después de la segunda canción, el público aún se acomodaba, cuando Marc, con su carisma característico, tomó las riendas y exclamó: “¡Esto es un concierto de salsa!”. Fue el punto de inflexión: a partir de ahí, nadie volvió a sentarse. Comenzó una fiesta de son latino que hizo bailar hasta al personal técnico.
Desde las gradas se podía ver el vaivén de los cuerpos, pasos de salsa, giros, ruedas cubanas… Una auténtica celebración colectiva.
Y como es costumbre, llegó el momento del adiós. Marc Anthony se despide, pero el público no está listo para dejarlo ir. Las luces del escenario se apagan y, de repente, un estruendo de voces corea a una sola voz: “¡Voy a vivir, voy a bailar…!”. El Palau se enciende con las linternas de los móviles, creando un mar de luces que eriza la piel.
Conmovido, el artista regresa al escenario, se arrodilla y agradece con visible emoción el gesto del público.
Aún quedaban dos canciones más para cerrar una noche inolvidable. Un concierto con letras mayúsculas. Una celebración de la vida, la música y el alma latina.
