
Se siente el fin de una gira cargada de emociones para estos dos hermanos nacidos en Cornellà. David y José hoy cantan en su casa, y no es solo porque nos sepamos sus canciones de principio a fin, desde «La raja de tu falda» hasta «La ranchera», sino porque quienes hemos crecido con ellos sabemos que son gente cercana, que disfrutan de la vida, y es un placer verles sobre el escenario. Aún no ha comenzado el concierto y en las inmediaciones del Palau Sant Jordi ya se forman colas, se cortan calles y la multitud se anima. Porque, aunque suene exagerado, los que hemos vivido con su música sabemos que Estopa son nuestros Rolling Stones españoles. Imaginad lo que significa que canten en su propio pueblo: eso es lo que se siente esta noche en Barcelona.
El Palau está lleno, a reventar. Se hace un silencio… se encienden las luces y un cartel enorme con su nombre, Estopa, reluce en el escenario. La banda empieza a sonar y, a continuación, canta Conchi Heredia, la voz femenina flamenca más bonita que podrían haber elegido como acompañante. El público se enardece al verlos y lo primero que hacen es saludar a su Barcelona, a su gente. Empiezan a cantar y van de clásico en clásico sin parar, tan eufóricos como todos los asistentes. Agradecen estos 25 años de trayectoria, y David cuenta: «¿Quién me lo iba a decir hace 25 años? Yo, que quería ser dependiente de un videoclub… y hoy estamos aquí, cerrando una gira en el Palau Sant Jordi».

Las pulseras del público se encienden, y es impresionante ver tantísimas luces iluminando el recinto al ritmo de cada canción. Entra entonces en escena un muro de hormigón que, aseguran, es una réplica del de su pueblo. Nombran pueblos obreros del Baix Llobregat, provocando gritos y aplausos del público. Sobre ese muro se sientan y se toman una cerveza, como si estuvieran en una de las plazas de su pueblo. Al ritmo de palmas, guitarras españolas y un cajón, recrean el ambiente de un bar de pueblo, con sillas y mesas, donde cantan, bailan e improvisan un auténtico tablao flamenco.
Como si todo esto no fuera suficiente, José aparece conduciendo el mítico Seat Panda rojo y lo planta en medio del escenario. La gente se vuelve loca, y ya solo queda subirse al techo y al capó del coche para cantar hasta quedarnos sin voz.

Fueron casi 3 horas de un concierto maravilloso, sin descanso. Tal como lo anunciaron al inicio, intentaron hacer el mejor final de gira de sus 25 años, y lo consiguieron. Mires donde mires, todos los asistentes están de pie, cantando y bailando al ritmo de los hermanos Muñoz.
Redacción por Eliana Parra Morales.